Cultivemos buenos hábitos IV

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[…] Resta, pues, la lectura, como único medio de comunicación espiritual. Aquel a quien le enseñemos a leer, será, ni más ni menos, un esclavo redimido, uno a quien habremos dotado de un maravilloso poder, enseñándole a penetrar en los secretos de la naturaleza material y espiritual del mundo. De ahí en adelante, él será dueño de su destino, porque a voluntad podrá elevarse en escala de la ciencia y del bien; no, como ahora, un desdichado hambriento que tiene al alcance de la mano el pan, más no sabe distinguirlo de una piedra.

¡Leer! ¡Qué fuente de mejoramiento y de goces! ¡Qué alivio cuando se está enfermo, contando las interminables horas de la convalecencia; qué fuerza en la tribulación, cuando parece que todo camino se ha cerrado; qué compañía en el destierro, en la prisión, o en la vida solitaria del campo; qué varita mágica para mostrarnos el secreto de las cosas y de los seres; qué llano sendero para visitar los países desconocidos; qué adivinación para entrar en el pensamiento de los hombres que más hondo pensaron; qué revelación de nuestro propio valer, que nos asienta sobre la verdad y nos hace sentir libres, hermanos e iguales con todos los hombres!

Porque toda ciencia está en los libros y en la vida, y el que sabe leer y observar, posee el secreto de la sabiduría.

Tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen. ¡Qué terrible sentencia esta y qué exacta para aplicarla a los analfabetos! Los libros, ahí están juntos a ellos; van de mano en mano, enseñando, corrigiendo, desvaneciendo errores, consolando tristezas, ni más ni menos como la luz del sol que todo lo esclarece, vivifica y llena de hermosura. Pero a ellos, ¿qué? Son ciegos, y no irredimibles como hechos de naturaleza, sino curables, fácil, sencillamente curables. Sus ojos están cubiertos apenas por un velo; una simple nube les estorba mirar. Descorred ese velo, alejad de un soplo esa nube, y vuestro hermano verá y comprenderá; el mundo de la inteligencia le abrirá sus puertas, y aquel ignorante podrá tornarse un hombre, y quien le enseñó a ver, podrá decirle con justicia: «ve y anuncia que los ciegos ven, los sordos oyen, los tullidos caminan y los muertos resucitan».

Al mismo nivel que dar de comer al que tiene hambre, se halla entre las obras de misericordia la de enseñar al que no sabe. […] 

Ensayo:  «Leer y escribir” (Alberto Masferrer.)

©2016, Paola Contreras.


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