-¿Qué haces aquí?- Me preguntó Owen. Iba directo al grano, claro.
-Tengo que hablar contigo- respondí.
-No tengo mucho tiempo- me dijo, sin mirarme-. Así que si tienes algo que decir, adelante.
-Bueno -comencé-. Es… -el corazón me latía muy deprisa y sentí que me mareaba. Normalmente me paraba en este momento, me acordaba y daba media vuelta-. Es sobre esto -dije, y levanté su CD. Mi voz sonaba temblorosa y carraspeé-. Se supone que me iba a encantar. ¿Te acuerdas?
Lo miró con expresión desconfiada.
-Lo escuché anoche -continué-. Pero quería… estar segura de que la entiendo. Tu intención, quiero decir.
-Mi intención -repitió.
-Bueno, ya sabes- dije-, hay mucho espacio para la interpretación -mi voz sonaba ahora más sólida, al fin. El poder de la música claramente-. Así que quería estar segura, como te podrás imaginar, de que lo entendía.
Al cabo de un momento, alargó la mano pidiendo el CD. Miró el estuche y le dió la vuelta.
-No hay lista de canciones -me dijo.
-¿No te acuerdas qué grabaste?
-Fue hace mucho tiempo -me lanzó una mirada-. Y te hice muchos CD.
-Diez -le dije-. Y los he escuchado todos.
-¿Ah, sí?
Asentí.
-Sí. Me dijiste que querías que los escuchara antes de poner este último.
-¿Y qué pasa con este CD? -gritó-. ¿Dónde está la música? ¿Por qué no se oye nada?
-¿Qué? pregunté.
Apretó unos cuantos botones maldiciendo en vos baja.
-Aquí no hay nada -dijo-. Está vacío.
-¿Y no era esa la gracia?
-¿Qué? -preguntó-. ¿Qué gracia?
¡Oh, Dios mío!, pensé. Y yo que pensaba que este gesto era tan profundo cuando, en realidad, sólo se trataba de un… error. Una equivocación. Estaba equivocada, del todo.
O no.
De repente todo pareció estallar. Su voz, mi corazón y la estática llenaban la sala. Cerré los ojos y me obligué a regresar a la noche anterior, cuando fui capaz de oír las cosas que había mantenido tanto tiempo en silencio.
«Shhh, Annabel», escuché de nuevo a la voz, pero esta vez sonaba distinta. Familiar. Soy yo.
Owen bajó el volumen y la estática empezó a retroceder.
Hay un momento en la vida en que el mundo se calla y lo único que queda es tu propio corazón. Así que más vale aprendas cómo suena. Si no, nunca entenderás lo que está diciendo.
-¿Annabel? -dijo Owen. Ahora hablaba más bajo. Estaba más cerca. Parecía preocupado-. ¿Qué te pasa?
Ya me había dado tanto… pero ahora me incliné hacia él y le pedí una última cosa. Algo que sabía que hacía mejor que nadie.
-No pienses ni juzgues -le dije-. Sólo escucha.